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"ESCRUTINIANDO"

Publicado: 2016-03-19
Y hablando de elecciones, viene a mi memoria lo que alguna vez me contó mi padre de cuando, en Pallasca, participó como miembro de mesa en un proceso electoral, allá por la década de 1960. Los más conocidos candidatos, entonces, para la Presidencia de la República eran Víctor Raúl Haya de la Torre, Fernando Belaúnde Terry y Manuel A. Odría. Aunque en el pueblo la mayor simpatía o adhesión iba a favor del candidato aprista, cierto es también que había muchos y muchas (como quieren que escribamos los “inclusivistas oenegénicos”) que apoyaban –sobre todo las damas, dizque por “buenmozo” y enérgico- al de la "lampa", el "manguerazo" y "la conquista del Perú por los peruanos". Cerrada la votación, procedieron a efectuar el escrutinio, o sea -como dice el DRAE- el "reconocimiento y cómputo de los votos". Voto, pa’l Apra, voto pa’ Acción Popular, voto pa’l Apra…Ganaba, ya resultaba irreversible, Haya de la Torre. Pero, claro, por gusto; porque unas semanas después, ¡saz!, un golpe de estado sacó de Palacio a Manuel Prado e impidió que los apristas, indeseables ante los ojos y la memoria de las Fuerzas Armadas, se dieran el gusto, por primera vez, de ser Gobierno. Pero, naturalmente, nadie –mientras se desarrollaba el escrutinio- podía, menos en mi tierra, adivinar tal cosa; solo conocer lo que “en tiempo real” iba ocurriendo. Una de las cédulas llamó la atención y estimuló una medio silenciosa risa entre los presentes, allí en una de las aulas de la “Escuela de Mujeres”, frente a la Plaza de Armas. Se trataba de un voto emitido con plena conciencia de la adhesión que la persona que lo puso en el ánfora quería hacer expresiva; no era un voto digamos para salir del paso y cumplir con la obligación solo por evitar la multa, ni mucho menos era un voto “comprado” por un kilo de arroz, un paquete de galletas o una muy atractiva promesa. Pero –así pasa a veces, muchas veces en realidad- aquel voto, como todos los demás, resultó un voto completamente inútil, porque –repito- esas elecciones, las del 62, terminaron yéndose al diablo por la antipatía que, dizque, El Comercio y los militares, le tenían a los apristas y por nada del mundo iban a permitir que su líder que tuvo presencia protagónica en la llamada "revolución aprista de 1932" se convirtiese en el nuevo gobernante del Perú; pero, sobre todo, porque –sin querer queriendo o, mejor dicho, a pesar de su indiscutible buena voluntad- el elector o, perdón, la electora de que hablo (que se había puesto en evidencia) hizo que ese voto, el suyo, terminara convirtiéndose en un voto nulo, por viciado. Lo que había puesto en la cédula fue esto: “Con todo cariño y admiración, este voto es para el gran Arquitecto don Belaúnde Terry, de su segura y fiel seguidora, la profesora Manuelita P.” Allí acabó todo. Al mes siguiente, el 18 de julio, Ricardo Pío Pérez Godoy, el generalote, ingresó a la fuerza en Palacio con una Junta de Gobierno y se quedó hasta el 3 de marzo de 1963 en que fue reemplazado por otro militar, Nicolás Lindley, que convocó a elecciones. Recién entonces, tras los nuevos comicios, pudo doña Manuelita ver coronadas sus expectativas democráticas: Belaúnde, el candidato de su preferencia, fue el elegido. Supongo, sin embargo, que en nada influyó el voto de ella, ya que, sin duda, esta vez debió haber sido, también, involuntariamente viciado por su ingenua y sincera buena fe, como ocurrió en las elecciones anteriores. (Fin).

Escrito por

Bernardo Rafael Alvarez

Bernardo Rafael Álvarez. Escritor y poeta. Abogado. Consultor en temas idiomáticos.


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Bernardo Rafael Álvarez

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